Comentario
En el modelo político de Augusto se mantenía la hegemonía de Italia sobre las provincias. Los miembros de los órdenes procedían mayoritariamente de Italia así como las fuerzas de elite de los pretorianos. Y la hegemonía se mantenía igualmente en el orden económico, de modo que Italia seguía siendo la receptora de los impuestos y de las materias primas de las provincias a las que exportaba los productos manufacturados. El modelo de Augusto era una prolongación de la práctica republicana.
Durante los Julio-Claudios se fue paulatinamente rompiendo ese modelo y, de modo particular, en la relación entre Italia y las provincias occidentales. Las razones fueron varias. En Hispania, la Bética y el este de la Citerior habían recibido inmigrantes italo-romanos en cantidades significativas desde las últimas décadas de la República. El programa colonizador y municipalizador de César-Augusto había incrementado tal emigración y había permitido que muchos miembros de las oligarquías locales accedieran a la ciudadanía romana o latina. Las fundaciones coloniales de Lusitania (Emerita Augusta, Mérida; Pax Iulia, Beja; Metellinum, Medellín; Norba Caesarina, Cáceres), de la Bética (Hispalis, Sevilla; Tucci, Martos; Astigi, Ecija; Urso, Osuna) y de la Citerior (Tarrasa, Tarragona; Caesarougusta, Zaragoza; Carthago Nova, Cartagena; Acci, Guadix) son una pequeña muestra de las ciudades privilegiadas que recibieron importantes contingentes de población de Italia. Lo mismo puede decirse de la provincia Narbonense, con ciudades tan intensamente romanizadas como la propia Narbo Marcius, además de Arelatum (Arles), Nemausum (Nimes) y otras.
Algunos miembros de las oligarquías de estas provincias consiguen hacer grandes fortunas con la explotación de una agricultura racionalizada que produce para la exportación. Había pasado el tiempo en que los gobernadores provinciales decidían incrementos de impuestos, frumentum imperatum, si así lo consideraban oportuno. La estabilidad del sistema impositivo imperial y su saneada gestión permitían hacer programas económicos competitivos. Una parte considerable del consumo de la plebe de Roma y del ejército de las fronteras era proporcionada por las provincias. Más aún, se constata que incluso los indígenas romanizados participaban en las sociedades constituidas para la explotación de concesiones mineras del Estado. Y en esas mismas provincias comienzan a organizarse actividades artesanales que sirven para abastecer una parte del mercado provincial, mermando así el nivel de importación de productos manufacturados en Italia. Los testimonios son muchos: el aceite de Africa y de la Bética se exportaba en grandes cantidades a pesar de que el aceite de Italia siguiera siendo de mejor calidad para la fabricación de perfumes; el Monte Testaccio de Roma comienza a formarse con las ánforas destinadas al transporte de aceite y vino de la Bética; el garum del sur de Hispania se destina al mantenimiento de las tropas del Rin y a las distribuciones de alimentos a la plebe de Roma; la fundación por Claudio de la ciudad de Baelo Claudia forma parte de ese programa de almacenamiento de garum para su posterior exportación; en los lingotes de plomo con marcas de negotiatores de las minas de Cartagena se constatan nombres romanos e indígenas, los mismos que aparecen después como magistrados de la ciudad, etcétera.
Se advierte así un repliegue del auge económico de la Italia de siglos anteriores. La concentración de la mano de obra esclava, ahora de más difícil obtención, había permitido crear grandes latifundios en el sur de Italia destinados al pastoreo así como una significativa concentración de la propiedad. Columela, que escribe su tratado "De agricultura" en época de Nerón, recoge en el prólogo de su obra las preocupaciones de muchos propietarios sobre el bajo rendimiento de la tierra: el abstencionismo de los dueños y el empleo de esclavos no cualificados son para Columela las causas más importantes de la escasa productividad de las tierras de Italia. Aun así, la crisis no era general: quedaban amplias regiones (Cisalpina, Etruria, Umbría y otras comarcas de los Apeninos) donde el trabajo esclavo no había suplantado al pequeño y mediano propietario y que obtenían buenos beneficios de sus tierras. Y los restos arqueológicos de Pompeya, Herculano, Estabia, así como los visibles o confirmados por los autores antiguos de la propia ciudad de Roma, ponen de manifiesto la realización de grandes proyectos constructivos que empleaban abundante cantidad de mano de obra. A su vez, durante los Julio-Clandios se mantuvo la tendencia de fines de la República consistente en el amor a las grandes manifestaciones de lujo y de exhibición de riquezas de las altas capas sociales; ciertamente, ello sucedió gastando con frecuencia por encima de sus posibilidades y contribuyendo con ello a vaciar Italia de metales preciosos, ante todo de oro, destinados para el pago de objetos suntuarios importados del Lejano Oriente.
Los indicadores económicos constituyen sólo una parte de la crisis de Italia. Los provinciales componen gran parte de las legiones, y cada día son más los que acceden al Senado de Roma: la medida comentada de Claudio sobre la inclusión de nobles galos en el Senado debe ser recordada por afectar a un amplio colectivo, pero el acceso de particulares se seguía produciendo, como lo testimonian los casos de los Anneos de la Bética o el de Burro, procedente de la Narbonense.
No menos importante fue el hecho de que, a partir de los Julio-Claudios, la literatura romana tuvo creadores prestigiosos de origen provincial. Fedro, el adaptador de las fábulas de Esopo al latín, era un liberto de origen tracio. Y la literatura técnica contó con insignes representantes de origen hispano: Pomponio Mela, autor de una "Geografía" escrita bajo los gobiernos de Calígula y de Claudio, y el gaditano L. Junio Moderato Columela, cuyo tratado "De agricultura" se constituye en el manual seguido durante todo el Imperio. De familia cordubense de la Bética proceden, igualmente, M. Annio Lucano, autor de la epopeya histórica titulada "Farsalia", amigo coyuntural de Nerón, así como su tío L. Anneo Séneca, el más insigne representante del estoicismo romano del siglo I d.C. El valor de la voluminosa obra de Séneca (escritos filosóficos, cartas, obra dramática, escritos satíricos) convierten en anécdota sus años como consejero educativo y político de Nerón.
Esos escritores de origen provincial vivían habitualmente en Italia. No por ello deja de ser significativo que la defensa de la cultura oficial romana haya dejado de ser monopolio de autores procedentes de aquella península; más aún, la literatura encuentra en un personaje como Séneca a uno de los más destacados renovadores de la misma. Tardará todavía en producirse una participación semejante de las provincias orientales.